El tiempo de campañas electorales no sólo es ese insufrible período de tiempo en el que las calles se llenan de caritas sonrientes con fondos multicolores que simulan que hay un grupo de personas que se interesan por el bienestar de todos y que mesiánicamente resolverán las problemáticas que se han venido guardando debajo del tapete, sin solucionarse, por más de 100 años. La época de campañas resulta un excelente momento para hacer una evaluación de nuestros saludadores, sonrientes, y prometedores políticos y sus partidos (aunque ahora ya existan los independientes) en términos de ideología, convicciones y coherencia.
Ni bien se nombraban apenas las
precampañas y ya se habían cocinado las alianzas más extrañas de las que hemos
podido ser testigos en nuestra todavía joven democracia: la derecha con la
izquierda “moderada” y la izquierda populista con la ultra derecha irán juntas
en una elección que parece dejar de manifiesto que lo importante no son los
proyectos, no son las posturas, no es la ideología, vamos, mucho menos los
gobernados, sino que lo que verdaderamente importa es el poder alcanzar un
puesto, una posición, una condición.
Impensable en otros días ver al
PRD de Cuauhtémoc Cárdenas correr con el PAN de Fernández de Ceballos, aderezados
por un Movimiento Ciudadano que no quiere correr la misma suerte del Partido
del Trabajo y que encontró en el “Frente” una oportunidad de cobrar vigencia en
el colectivo electoral, más allá de lo que ha logrado en Jalisco con el “Efecto
Alfaro” del que hablaremos en otra ocasión.
Justo hace unas horas, el líder
moral de la izquierda populista, Andrés Manuel López Obrador, reclamó a sus
afiliados los reproches que recibió por aliarse con el Partido Encuentro
Social, cuando estatutariamente ambos partidos tienen ideales diferentes, que
independientemente de si el PES se ha aliado o no con el PRI o el PAN en otros
días, se está comercializando con la ideología por unos cuantos votos,
situación que por lo menos en el núcleo de la democracia y en defensa de los
ideales y convicciones de los partidarios no debería tener lugar.
Tenemos frente a nosotros una
boleta con monstruos de dos y tres cabezas, con cuerpos deformes, manos de 15
dedos y siluetas contra-natura. La idea de ver proyectos donde posturas
opuestas se reúnen en alianzas que no parecen tener más motivación que el de
preservar el registro no sólo deja un mal sabor de boca sino una sensación de
incertidumbre y oscuridad, en caso de que lleguen a obtener mayoría en alguna
de sus candidaturas.
Una vez más, estos proyectos (¿o
anti-proyectos?) nos dejan la mayor parte de la responsabilidad al electorado.
La responsabilidad de tomar nuestro papel con seriedad y no dejarlo a la
suerte, sobre todo porque esa estrategia (o falta de) no nos ha dado ningún
buen resultado. Gran parte del sufrimiento tradicional del electorado en
nuestro país se debe a la falta de criterios en la toma de decisiones al
momento de tener una boleta enfrente, o de siquiera participar en unos
comicios, llevándonos a un hoyo más profundo gobierno tras gobierno.
Lo importante es que, como sucede
en el caso de estos partidos y sus extrañas alianzas, nosotros no pongamos la
ideología o las convicciones en venta.
Quienes dicen que “los buenos
somos más” deben tener algo de razón, y si esos buenos somos coherentes con lo
que pensamos, si es que pensamos, podríamos darle inicio al cambio que estamos
esperando hace tiempo, y viene de la mano con una actitud coherente a estos
ideales, que no se traicione a las primeras de cambio.
La pregunta que debemos hacernos
en lo personal es: ¿somos diferentes a éstos que ponen la ideología en venta?
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